¿Oro y espejitos?



Los europeos que llegaron a nuestras Indias americanas, como las denominó Colón, fueron recibidos como Dioses por los nativos; quienes quedaron boquiabiertos al ver sus naves, sus ropas y armaduras y otras tantas cosas para ellos desconocidas. La inocencia de los nativos los hizo maravillarse al ver la tecnología que traían estos hombres de piel clara.

La historia cuenta que los nativos veían asombrados su imagen en espejos y se maravillaban al oír salir sonido de las cajas musicales; también se hipnotizaban mirando los collares de vidrio trabajado que los españoles poseían y estos últimos al ver la cara de asombro que estos nativos ponían les propusieron cambiarles esos objetos por oro; a causa de esto, los españoles sostenían y se mofaban de la tremenda ignorancia de nuestros antepasados o habitantes de estas tierras.

¿Pero esto es realmente así? ¿Quién era realmente el engañado? O más bien, ¿existía tal engaño o solo una de las partes creía estar engañando a la otra sin que esto fuera realmente cierto? Para responder estas preguntas debemos tomar conciencia, que esta transacción se realizaba entre dos culturas, es decir entre dos paradigmas referenciales completamente diferentes. Los españoles consideraban muy valioso el oro que para los indígenas solo eran piedras que encontraban con relativa facilidad a orillas de sus majestuosos ríos. Que les ofrecieran unos objetos tan extraños y maravillosos, casi mágicos, como un espejo, a cambio de unos trozos de piedra, les debe haber parecido sumamente extraño y bastante “tonto”. Los nativos de América no tenían acceso a espejos, eran objetos extraños, apetecibles y que tenían el mágico poder, entre muchos otros de reflejar sus rostros. Cambiar piedras amarillas de la orilla del río por espejos les debe haber parecido un extraordinario “buen negocio”. Por su parte, la cultura y los paradigmas referenciales de los conquistadores, los llevaban a pensar que dar espejos por oro les generaba una ganancia incalculable.





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